A Marilina Lema y Yordan Bonne
Se despertó,
bañado en sudor, con un terrible dolor de cabeza. Su mujer no estaba. Los
platos estaban sin lavar. Se tomó una aspirina y bajó a la calle. Al bajar se
sintió raro.
Se fue a una
parada de colectivo, techada y con asientos; no la recordaba ahí. Tal vez era nueva.
Se sentó. Unos minutos más tarde se
acercó a la parada un hombre negro de unos 45 años. Lo miró desde arriba con una
indisimulada cara de desprecio y, por lo bajo, masculló un insulto.
Cuando el
colectivo llegó a la parada, el hombre negro subió sin dejarlo pasar, y cuando
intentó subir, un oficial de policía que casualmente pasaba por ahí lo agarró
del brazo y lo echó para atrás. Sintió un puntazo agudo en la cabeza. El policía
le señaló una parada media cuadra más adelante.
El hombre se acercó,
todavía sin entender qué había pasado. Vio que la parada era para el mismo transporte,
pero en ella solo había hombres blancos. No había donde sentarse. Había más de
diez personas esperando. Vio impacientado como tres de los micros semivacíos
que estaban esperando iban derecho hacia la otra parada. Fue en el segundo
cuando cayó en la cuenta de que en la otra parada solo subían personas de
color. El cuarto, un colectivo viejo y medio destartalado, frenó en la parada. Estaba
casi lleno, pero alcanzó a subir. Pasó los siguientes 20 minutos en una
condición infrahumana, sólo para llegar a su trabajo. Ése no era un buen día.
Llego casi un
cuarto de hora tarde. Su jefa estaba esperándolo. Luego de aguantar el sermón
en el que le expresaba su disconformidad y reafirmaba su superioridad como
autoridad, lo mandó a realizar tareas de limpieza. Recordaba que, como
secretario de la administradora, el aseo de las oficinas no era parte de sus tareas.
Ya había una empleada encargada de refregar los pisos. Supuso que era una
especie de castigo. Se pasó toda la mañana limpiando.
Salió a almorzar
con algunos empleados. En el bar donde se sentaron a almorzar, se pusieron a
charlar. Uno comentó lo rápido que aumentaba la violencia de género. Tres
hombres habían sido asesinados ese mismo día. Logró percibir a lo lejos el
sonido de un televisor, que anunciaba los acontecimientos del día y demás. Sin
estar completamente seguro de ello, creyó escuchar algo sobre una marcha en reclamo
por los derechos de los heterosexuales, seguido de una nota que entendió a
medias sobre la discriminación de aquellos que manifestaban atracción por el
sexo opuesto. Ese era un día raro.
Volvió a su trabajo,
con un poco más de ánimo. El dolor de su cabeza había empezado a aflojar.
Realizó algunas tareas de las que sí le correspondían hacer. Redactar cartas,
acomodar papeles y revisar la agenda. Cuando terminó su turno, la jefa lo llamó
a su despacho. Le informó que iba a prescindir de sus servicios. El dolor de
cabeza volvió a agobiarlo, resuelto a no dejarlo en paz. Ese no era un buen día.
Saliendo del
edificio, escuchó a algunas empleadas comentando lo que había sucedido,
envueltas en una discusión sobre si lo echaban por ser hombre, blanco, por
relacionarse con una mujer o por su incompetencia. No entendía qué tenía que
ver una cosa con la otra. Ése era un día raro.
Salió a la
calle, con la esperanza de llegar lo más rápido posible a su casa, misión que
le resultó casi imposible. Transpiración, hacinamiento, incomodidad. Puntadas
en la cabeza. Una travesía desesperante. Ese no era un buen día.
Llegó a su casa,
aliviado, sabiendo que ya podía descansar. Su mujer ya había vuelto. Ella
tampoco había tenido un buen día. Comenzaron a discutir, pero lo poco que logró
percibir fue un sermón porque los platos no estaban lavados. Se tomo otra
aspirina, y fastidiado se fue a dormir.
Se despertó, bañado en sudor, con un terrible dolor de
cabeza. Su mujer no estaba. Los platos estaban sin lavar. Una sonrisa se le dibujó en el rostro. Se
alegró de que el mundo de sus pesadillas fuera solo eso, una pesadilla.
Alan M.
Agosto,2012.
Agosto,2012.