domingo, 8 de febrero de 2015

In Honorem Rene Lavand

"Hay gente que es así, como Li Po, tan necesaria.
Hay gente que con solo decir una palabra,
llega a todos los límites del alma,
alimenta una flor, arranca sueños y
hace brincar el vino en las tinajas
y luego se queda así, como si nada,
hay gente que es así, como Li Po...
¡Tan necesaria!"



Hoy, mas tranquilo, puedo sentarme a escribir sobre mi mas grande héroe, sobre el más grande artista que dio el ilusionismo.

Ayer el mundo se hizo un poco menos mágico. 
Ayer Rene Lavand dejó el mundo físico para convertirse en leyenda.
La inmortalidad, lamentablemente, comienza con la muerte.

Jamas olvidaré el día en que, con mi buen amigo Tomas Giammarco, pudimos conocer a René.

Mas allá de la entrevista que dió, y la curiosa anécdota que, por medio de Nora (su encantadora esposa) nos contó, ese día entendí porque era el Maestro más grande que tuvo y tendrá por mucho tiempo nuestro país.
Él rompió el molde, encontró la manera de superar sus miedos y fantasmas para convertirse en único. Único. Irrepetible.

El mejor músico de la historia era sordo, el mejor escritor de todos los tiempos era ciego, el mejor ilusionista del mundo, era manco.

La única razón por la que yo este hoy aquí escribiendo, de que haya encontrado mi pasión en las historias y en la magia, es el asombro y la inspiración que llenó mi alma la primera vez que ví alguna de sus composiciones.
Ese día, perdido en los registros de la historia, René Lavand no solo me enseñó el camino, me enseñó a soñar. A luchar por ser uno mismo.
Lo consideré siempre un mentor, y el mundo lo consideró,reitero, un maestro.

Ah, y ademas tenía una habilidad extraordinaria para manipular una baraja de cartas. Pero eso nunca fue lo importante. Lo esencial es invisible a los ojos.

Para despedirlo, quiero secar mis lagrimas como a él le hubiera gustado, con una bella y breve historia.

La muerte le pregunta a la vida: ¿Por qué a mí todos me odian y a ti todos te aman?

La vida responde: Porque yo soy una bella mentira y tú, una triste verdad.

Hasta siempre René.