sábado, 9 de noviembre de 2013

Amor subterráneo

“Sin buscarte, te ando encontrando en todos lados,
especialmente, cuando cierro los ojos”


Los primeros albores de la mañana teñían de naranja el despejado firmamento.
Salió como todos los días, indiferente, con cierto dejo de cansancio.
Recorrió apurado las dos cuadras que lo separaban de aquella escalera vieja, aún con restos de la suciedad traída de lluvias anteriores.
Esperó los tres o cuatro minutos habituales que tardaban en asomarse esos dos faroles, como pequeños ojos navegando por aquel túnel oscuro, de una negrura tan bella como la noche, conduciendo la formación hasta la correspondiente estación.
El tren se detuvo. Las dos puertas corredizas se separaron dejando paso a los transeúntes, cabizbajos, apurados por llegar a sus respectivos trabajos.
Entró al vagón.
Fue allí donde la vio.
De pie, a dos o tres metros, una joven preciosa, con su pelo lacio suelto, recorriéndole la espalda hasta llegar a la cintura.
Ella se dio vuelta y le dedicó una mirada tan tierna, tan llena de dulzura que no logró frenar el impulso de mostrarle una sonrisa, espontánea, inocente.
Él, maravillado.  Ella, sonrojada.
No pudo evitar enamorarse.
Se sentía grande, poderoso, ya nada tenía importancia.
Disfrutó todos y cada uno de los ocho minutos transcurridos hasta bajarse.
Se bajó del subte, pero sus ojos no resistieron la tentación de volverse.
No se olvidaría jamás de lo que sintió en esa conexión visual que trascendía lo físico, que podía transportarlo a un utópico mundo de fantasías.
Las puertas se cerraron.
El tren arrancó.
Salió a la calle.
Estaba lloviendo.
Jamás volvería a verla.
Su amor quedó enterrado tres metros bajo tierra.


Alan Muicey, Septiembre 2012

lunes, 16 de septiembre de 2013

Septiembre Gris

Se abrió su celda. No tenía idea de cuánto tiempo había estado ahí.

El uniformado lo llevó por los pasillos de aquel lugar.
Veía cientos de celdas, todas ocupadas por gente tan joven como él.
Por un momento se olvidó de los moretones, las quemaduras, las torturas.
Dejó de sentir dolor.
Empezó a recordar.
Se acordó de su viejo, aquel hombre que había trabajado toda la vida como profesor en la universidad. Recordó a su vieja, maestra, la mujer con la que había crecido, que lo había educado. Le habían enseñado a pensar.
Se acordó de las vacaciones del 69, de ese hermoso campo, lejos de la ciudad, el ruido, y la violencia.
Se acordó de de su tigre de peluche, de la primera vez que anduvo en su bicicleta azul sin las rueditas de apoyo. La primera vez que jugó a la pelota con su papá.
Se acordó de sus amigos de la primaria. De los recreos, de las escondidas, de los partidos de fútbol en el patio. De la vez en la que hizo cuatro goles en un mismo día.
Recordó su primer día en la secundaria, parecía que había pasado una eternidad desde aquel momento. Se acordó de lo aburridas que eran las clases de matemática.
Recordó a sus compañeros de partido, con la esperanza de que se hubieran salvado, de que estuvieran disfrutando en algún lugar lejos de ese infierno.
Se acordó de ella, la única joven de la que se había enamorado. Las cinco letras de su nombre retumbaban en su cabeza.


Tenía 17 años.
Lo obligaron a pararse mirando a una pared.
Cerró los ojos.
Cinco letras, que volvían una y otra vez a su mente.
Su corazón latía con fuerzas.
Una lágrima corrió por su mejilla.
Su único crimen había sido pensar diferente.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos.
Lo último que pasó por su cabeza, fue la bala que selló su destino.

martes, 26 de febrero de 2013

Miedo


Caminaba, corría, trataba de escapar. Casi lo alcanzaba.  Corrió tanto como sus piernas le permitían. Intentó mil y una maneras de esquivarlo.
 Lo perseguía un monstruo. Grande, muy grande, más que muy grande todavía.  Trataba de ocultarse. Creyó ver chispas que brotaban de sus ojos. No encontraba ningún escondite.
Siguió corriendo. El pavor lo carcomía por dentro. La adrenalina corría por sus venas. Estaba asustado. Miró hacia atrás. Sus ojos se abrieron de par en par. El monstruo se agrandaba mostrando sus garras; no tenía forma. Se paralizó del terror.
La oscuridad que emanaba lo rodeaba, se acercaba por todos lados. Sus rugidos iluminaban la noche. No había salida.
De repente, lo entendió.  No comprendía cómo ni porqué, pero súbitamente su corazón se inundó de coraje.
Se paró frente a la negrura, la miró a los ojos.
Ésta, asustada, se disipó. Una sonrisa se le dibujó en el rostro y se sintió libre.
Salió el sol. Sus rayos le daban calor, seguridad, confianza.
El monstruo se había ido, pero él sabía que volvería. Ciertamente, no se había ido del todo. El monstruo vivía dentro de él. Había ganado.
Y se acostó, feliz.
Y cerró los ojos, y soñó.

viernes, 8 de febrero de 2013

La sonrisa de la luna


El cielo estaba despejado.
Escuchaba a su espalda el ladrido de los perros.
Corría, escapaba, prefería morir que volver a ese lugar. Un lugar del que muchos hablaban, pero pocos conocían. Ese infierno era el hueco donde mandaban a los asesinos, los dementes, los incorregibles. La peor colección de criminales desfilaba por esos pasillos. Durante diecisiete años sobrevivió en el agujero. Durante todo ese tiempo su mundo se vio reducido a tres metros cuadrados. Pero nunca estuvo solo. Siempre estuvo ella ahí, sonriéndole desde afuera de su ventana, dándole fuerzas, animándolo, esperándolo del otro lado de los barrotes. 
Los guardias se acercaban. Como ratón huyendo del gato, el sería perseguido, pero no podría ser alcanzado. Porque ellos corrían por un fugitivo, él corría por su vida. El sol se ocultaba, como negándose a presenciar la escena.
La noche inundo el camino, pero él nunca frenó. Conocía la oscuridad. Había aprendido a quererla.
Ya no escuchaba ruido alguno, una paz absoluta lo invadió.
Por primera vez en su vida, se sintió libre. Experimentó la libertad como solo la experimentan los que fueron privados de ella.
Miro al cielo, y se regocijo. No había nubes, sólo estaba ella. Allí estaba una vez más su amiga, la luna, sonriéndole. Las lágrimas recorrían sus mejillas.
Y como si el mismísimo cielo llorara con él, alegre, arrepentido del destino de aquel hombre libre, empezó a llover.

Alan M.
Enero 2013

martes, 8 de enero de 2013

Aisercopih


A Marilina Lema y Yordan Bonne

Se despertó, bañado en sudor, con un terrible dolor de cabeza. Su mujer no estaba. Los platos estaban sin lavar. Se tomó una aspirina y bajó a la calle. Al bajar se sintió raro.
Se fue a una parada de colectivo, techada y con asientos; no la recordaba ahí. Tal vez era nueva. Se sentó. Unos  minutos más tarde se acercó a la parada un hombre negro de unos 45 años. Lo miró desde arriba con una indisimulada cara de desprecio y, por lo bajo, masculló un insulto.
Cuando el colectivo llegó a la parada, el hombre negro subió sin dejarlo pasar, y cuando intentó subir, un oficial de policía que casualmente pasaba por ahí lo agarró del brazo y lo echó para atrás. Sintió un puntazo agudo en la cabeza. El policía le señaló una parada media cuadra más adelante.
El hombre se acercó, todavía sin entender qué había pasado. Vio que la parada era para el mismo transporte, pero en ella solo había hombres blancos. No había donde sentarse. Había más de diez personas esperando. Vio impacientado como tres de los micros semivacíos que estaban esperando iban derecho hacia la otra parada. Fue en el segundo cuando cayó en la cuenta de que en la otra parada solo subían personas de color. El cuarto, un colectivo viejo y medio destartalado, frenó en la parada. Estaba casi lleno, pero alcanzó a subir. Pasó los siguientes 20 minutos en una condición infrahumana, sólo para llegar a su trabajo. Ése no era un buen día.
Llego casi un cuarto de hora tarde. Su jefa estaba esperándolo. Luego de aguantar el sermón en el que le expresaba su disconformidad y reafirmaba su superioridad como autoridad, lo mandó a realizar tareas de limpieza. Recordaba que, como secretario de la administradora, el aseo de las oficinas no era parte de sus tareas. Ya había una empleada encargada de refregar los pisos. Supuso que era una especie de castigo. Se pasó toda la mañana limpiando.
Salió a almorzar con algunos empleados. En el bar donde se sentaron a almorzar, se pusieron a charlar. Uno comentó lo rápido que aumentaba la violencia de género. Tres hombres habían sido asesinados ese mismo día. Logró percibir a lo lejos el sonido de un televisor, que anunciaba los acontecimientos del día y demás. Sin estar completamente seguro de ello, creyó escuchar algo sobre una marcha en reclamo por los derechos de los heterosexuales, seguido de una nota que entendió a medias sobre la discriminación de aquellos que manifestaban atracción por el sexo opuesto. Ese era un día raro.
Volvió a su trabajo, con un poco más de ánimo. El dolor de su cabeza había empezado a aflojar. Realizó algunas tareas de las que sí le correspondían hacer. Redactar cartas, acomodar papeles y revisar la agenda. Cuando terminó su turno, la jefa lo llamó a su despacho. Le informó que iba a prescindir de sus servicios. El dolor de cabeza volvió a agobiarlo, resuelto a no dejarlo en paz. Ese no era un buen día.
Saliendo del edificio, escuchó a algunas empleadas comentando lo que había sucedido, envueltas en una discusión sobre si lo echaban por ser hombre, blanco, por relacionarse con una mujer o por su incompetencia. No entendía qué tenía que ver una cosa con la otra. Ése era un día raro.
Salió a la calle, con la esperanza de llegar lo más rápido posible a su casa, misión que le resultó casi imposible. Transpiración, hacinamiento, incomodidad. Puntadas en la cabeza. Una travesía desesperante. Ese no era un buen día.
Llegó a su casa, aliviado, sabiendo que ya podía descansar. Su mujer ya había vuelto. Ella tampoco había tenido un buen día. Comenzaron a discutir, pero lo poco que logró percibir fue un sermón porque los platos no estaban lavados. Se tomo otra aspirina, y fastidiado se fue a dormir.
Se despertó, bañado en sudor, con un terrible dolor de cabeza. Su mujer no estaba. Los platos estaban sin lavar.  Una sonrisa se le dibujó en el rostro. Se alegró de que el mundo de sus pesadillas fuera solo eso, una pesadilla.
Alan M.
Agosto,2012.




El comienzo del principio

Año nuevo,sueños nuevos,blog nuevo.
Bienvenidos entonces, a este pequeño rincon de mi mundo.Un mundo de cuentos,magia,sueños y pasiones.Aqui es donde los comparto,los guardo,los muestro a todo aquel dispuesto a leerlos.
Bienvenidos.