lunes, 16 de septiembre de 2013

Septiembre Gris

Se abrió su celda. No tenía idea de cuánto tiempo había estado ahí.

El uniformado lo llevó por los pasillos de aquel lugar.
Veía cientos de celdas, todas ocupadas por gente tan joven como él.
Por un momento se olvidó de los moretones, las quemaduras, las torturas.
Dejó de sentir dolor.
Empezó a recordar.
Se acordó de su viejo, aquel hombre que había trabajado toda la vida como profesor en la universidad. Recordó a su vieja, maestra, la mujer con la que había crecido, que lo había educado. Le habían enseñado a pensar.
Se acordó de las vacaciones del 69, de ese hermoso campo, lejos de la ciudad, el ruido, y la violencia.
Se acordó de de su tigre de peluche, de la primera vez que anduvo en su bicicleta azul sin las rueditas de apoyo. La primera vez que jugó a la pelota con su papá.
Se acordó de sus amigos de la primaria. De los recreos, de las escondidas, de los partidos de fútbol en el patio. De la vez en la que hizo cuatro goles en un mismo día.
Recordó su primer día en la secundaria, parecía que había pasado una eternidad desde aquel momento. Se acordó de lo aburridas que eran las clases de matemática.
Recordó a sus compañeros de partido, con la esperanza de que se hubieran salvado, de que estuvieran disfrutando en algún lugar lejos de ese infierno.
Se acordó de ella, la única joven de la que se había enamorado. Las cinco letras de su nombre retumbaban en su cabeza.


Tenía 17 años.
Lo obligaron a pararse mirando a una pared.
Cerró los ojos.
Cinco letras, que volvían una y otra vez a su mente.
Su corazón latía con fuerzas.
Una lágrima corrió por su mejilla.
Su único crimen había sido pensar diferente.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos.
Lo último que pasó por su cabeza, fue la bala que selló su destino.

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