Caminaba, corría, trataba de escapar. Casi
lo alcanzaba. Corrió tanto como sus
piernas le permitían. Intentó mil y una maneras de esquivarlo.
Lo
perseguía un monstruo. Grande, muy grande, más que muy grande todavía. Trataba de ocultarse. Creyó ver chispas que
brotaban de sus ojos. No encontraba ningún escondite.
Siguió corriendo. El pavor lo carcomía por
dentro. La adrenalina corría por sus venas. Estaba asustado. Miró hacia atrás.
Sus ojos se abrieron de par en par. El monstruo se agrandaba mostrando sus
garras; no tenía forma. Se paralizó del terror.
La oscuridad que emanaba lo rodeaba, se
acercaba por todos lados. Sus rugidos iluminaban la noche. No había salida.
De repente, lo entendió. No comprendía cómo ni porqué, pero
súbitamente su corazón se inundó de coraje.
Se paró frente a la negrura, la miró a los
ojos.
Ésta, asustada, se disipó. Una sonrisa se
le dibujó en el rostro y se sintió libre.
Salió el sol. Sus rayos le daban calor,
seguridad, confianza.
El monstruo se había ido, pero él sabía que
volvería. Ciertamente, no se había ido del todo. El monstruo vivía dentro de
él. Había ganado.
Y se acostó, feliz.
Y cerró los ojos, y soñó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario