martes, 26 de febrero de 2013

Miedo


Caminaba, corría, trataba de escapar. Casi lo alcanzaba.  Corrió tanto como sus piernas le permitían. Intentó mil y una maneras de esquivarlo.
 Lo perseguía un monstruo. Grande, muy grande, más que muy grande todavía.  Trataba de ocultarse. Creyó ver chispas que brotaban de sus ojos. No encontraba ningún escondite.
Siguió corriendo. El pavor lo carcomía por dentro. La adrenalina corría por sus venas. Estaba asustado. Miró hacia atrás. Sus ojos se abrieron de par en par. El monstruo se agrandaba mostrando sus garras; no tenía forma. Se paralizó del terror.
La oscuridad que emanaba lo rodeaba, se acercaba por todos lados. Sus rugidos iluminaban la noche. No había salida.
De repente, lo entendió.  No comprendía cómo ni porqué, pero súbitamente su corazón se inundó de coraje.
Se paró frente a la negrura, la miró a los ojos.
Ésta, asustada, se disipó. Una sonrisa se le dibujó en el rostro y se sintió libre.
Salió el sol. Sus rayos le daban calor, seguridad, confianza.
El monstruo se había ido, pero él sabía que volvería. Ciertamente, no se había ido del todo. El monstruo vivía dentro de él. Había ganado.
Y se acostó, feliz.
Y cerró los ojos, y soñó.

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